Vejez


En un pequeño pueblo costero, vivía una anciana llamada Doña Esperanza. A sus 87 años, había visto el mundo cambiar de maneras que nunca imaginó. Su cabello, una vez negro como la noche, ahora era una corona de plata que brillaba bajo el sol del mediodía.


Doña Esperanza pasaba sus días sentada en su mecedora de madera, frente a su casa de colores desgastados por el tiempo. Desde allí, observaba a los niños jugar en la calle y escuchaba las olas romper contra la orilla. A menudo, los vecinos se acercaban para pedirle consejos, pues sabían que ella tenía la sabiduría de los años.


Aunque su cuerpo ya no era tan ágil como antes, su mente era tan aguda como siempre. Recordaba historias de su juventud, las cuales compartía con quien quisiera escuchar. Hablaba de tiempos difíciles y buenos momentos, de amores perdidos y amistades que duraron toda una vida.


Doña Esperanza también tenía sus momentos de soledad, cuando la casa se quedaba en silencio y las fotos en las paredes parecían susurrar recuerdos de días pasados. Pero nunca se dejaba vencer por la tristeza. En su jardín, cuidaba de las flores que plantó con su esposo, quien había fallecido hace muchos años. Las rosas, los jazmines y los girasoles eran su conexión con él, con la vida que habían compartido.


Un día, un niño del vecindario, llamado Miguel, se acercó a ella con un cuaderno en mano. Quería escribir una historia para la escuela y pensó que nadie mejor que Doña Esperanza para contarle una aventura. Ella sonrió, sus ojos brillaron con un destello juvenil y comenzó a relatarle la historia de cuando era una joven maestra en la escuela del pueblo.


Miguel escuchaba con atención, colgando de cada palabra, cada pausa, cada suspiro. Cuando terminó, el niño tenía una historia llena de enseñanzas, risas y un poco de magia. Doña Esperanza le recordó que, aunque la vejez llega con sus desafíos, también trae consigo un tesoro de memorias y la oportunidad de compartir esas experiencias con las nuevas generaciones.


La historia de Doña Esperanza es un recordatorio de que la vejez no es solo un período de declive, sino una etapa de la vida rica en historias, sabiduría y belleza. Es un tiempo para reflexionar, para enseñar y, sobre todo, para seguir creciendo en el corazón de quienes nos rodean.






ESCRITO POR:
JAVIER ÁNGELES RODRÍGUEZ

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